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Cuando la vida gira en torno a una sustancia

Nadie se despierta un día queriendo tener una adicción.

26 abril 2025

No siempre hay una caída estrepitosa. A veces, el inicio del consumo de drogas o alcohol se disfraza de fiesta, de evasión puntual, de rutina social. Poco a poco, sin que uno lo note, esa sustancia se convierte en el centro de todo: del humor, del descanso, de las decisiones. Nadie se despierta un día queriendo tener una adicción. Es algo que se cuela en la vida diaria hasta que lo normal deja de serlo. Ahí es donde empieza el verdadero problema, no cuando alguien toca fondo en una escena dramática, sino cuando ya no recuerda cómo era vivir sin esa necesidad constante.

El tratamiento contra las drogas, aunque a veces suene lejano o clínico, se parece mucho más a reconstruir una vida que a aplicar una fórmula. Y lo mismo ocurre con la desintoxicación del alcohol: es un proceso profundamente humano, más relacionado con lo emocional que con lo técnico. Implica sentarse con uno mismo y con el entorno para desmontar patrones, rutinas, pensamientos y vínculos que, de forma directa o indirecta, han sostenido el consumo. Muchas veces no se trata solo de dejar de tomar o de consumir, sino de entender qué lugar ocupaba esa sustancia en la vida de una persona, qué anestesiaba, qué tapaba, qué evitaba. La dependencia rara vez llega sola: suele ir de la mano con el estrés, el aislamiento, las heridas emocionales, la frustración o incluso con un exceso de responsabilidades mal gestionadas.

Qué implica realmente dejar de consumir

Salir de una adicción no es una cuestión de fuerza de voluntad ni de quererlo lo suficiente. Esa narrativa puede hacer más daño que bien, porque genera culpa en quienes no consiguen romper el ciclo al primer intento. El cuerpo y el cerebro se adaptan al consumo de ciertas sustancias, y cuando se les quita, responden con ansiedad, con insomnio, con agresividad o con tristeza profunda. Por eso, la desintoxicación del alcohol, por ejemplo, muchas veces requiere acompañamiento médico y psicológico, especialmente si el consumo era diario o abundante. No es simplemente dejar de beber; es pasar por una serie de síntomas que pueden ser físicos, como temblores o sudores, pero también mentales, como pesadillas, paranoia o un vacío emocional difícil de explicar.

En el caso de otras sustancias, como la cocaína o el cannabis, los efectos pueden ser distintos pero no menos intensos. El tratamiento contra las drogas tiene que adaptarse a la persona, no al revés. Es decir, no existe un solo camino que sirva para todos. Algunas personas necesitan ingresar a un centro especializado, sobre todo si su entorno habitual no les da opciones de escape. Otras pueden realizar un proceso ambulatorio con un terapeuta y grupos de apoyo. Lo importante es que ese tratamiento sea serio, constante y que incluya más que el aspecto médico. No basta con quitar la droga; hay que llenar el hueco que deja. Y para eso se necesita apoyo emocional, herramientas prácticas para gestionar el día a día, y tiempo. Mucho tiempo.

Uno de los grandes retos es precisamente la paciencia. Hay una tendencia a pensar que una vez que el cuerpo está limpio, todo vuelve a la normalidad. Pero en realidad, la parte más difícil empieza ahí. Una persona que ha estado años dependiendo del alcohol o las drogas muchas veces ha construido su identidad, sus amistades, su forma de relacionarse y hasta su ocio en torno al consumo. Cambiar eso no se hace en dos semanas. Hay que aprender a estar con uno mismo, a aburrirse, a decir que no, a lidiar con el insomnio o con el miedo sin anestesiarse. No es imposible, pero sí incómodo al principio. Por eso, la red de apoyo –ya sea profesional, familiar o social– es una pieza clave.

El rol de la familia y los círculos cercanos

Una de las cosas que más condiciona el éxito de un proceso de desintoxicación o de abandono de sustancias es el entorno. Muchas veces los familiares o amigos no saben cómo reaccionar. Hay quienes minimizan el problema, otros se desesperan, algunos se enfadan. La adicción no solo desgasta a quien la sufre directamente, también afecta a quienes están cerca. Pero es importante entender que el reproche rara vez ayuda. Lo que más necesita una persona que está dejando las drogas o el alcohol es comprensión y límites. No todo vale, claro, pero poner condiciones desde el cariño es mucho más eficaz que amenazar o imponer. Acompañar sin juzgar, estar disponible sin permitir abusos, y animar sin presionar, son actitudes que pueden marcar la diferencia.

Además, muchas familias necesitan también su propio proceso. No es raro que los vínculos hayan quedado fracturados o llenos de silencios. Volver a construir confianza lleva tiempo. A veces es útil que también ellos tengan acceso a espacios de escucha, donde puedan expresar sus miedos, frustraciones y dudas. Porque no todo gira en torno al que consume: también hay que cuidar a quienes están al lado.

Otra cuestión importante es el entorno físico y social. Hay contextos que invitan constantemente a recaer: amistades que siguen consumiendo, bares que están siempre al alcance, rutinas que llevan al estrés o a la ansiedad. Parte del tratamiento contra las drogas consiste también en cambiar de escenario cuando sea necesario. No se trata de huir, sino de protegerse durante el tiempo que haga falta para fortalecerse. Si uno sabe que va a sentirse vulnerable, no tiene sentido ponerse a prueba antes de tiempo.

Volver a vivir sin dependencias

La parte bonita, aunque al principio cueste verla, es que muchas personas redescubren su vida cuando dejan de consumir. Recuperan relaciones que creían perdidas, encuentran nuevas pasiones, mejoran su salud física y mental, y, sobre todo, vuelven a sentirse libres. La desintoxicación del alcohol o el tratamiento contra las drogas no solo quitan un problema: devuelven posibilidades. Posibilidades de elegir, de equivocarse sin hundirse, de volver a empezar sin que una sustancia lleve siempre el control.

Quienes han pasado por ahí suelen hablar de una segunda oportunidad. No en un sentido melodramático, sino real. Como cuando uno abre los ojos y se da cuenta de que llevaba años mirando el mundo a través de un filtro espeso. La lucidez, aunque a veces duela, permite reconectar con lo que uno quiere de verdad. Y eso, al final, es lo que sostiene cualquier proceso de cambio: tener algo por lo que valga la pena seguir sobrio, seguir limpio, seguir vivo.

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